30 noviembre 2009,12:09
La muerte de Escarlata y la resurrección del bien
Yacía en su cama, bien mullida y caliente, pero ya no había nada que hacer. Su rostro pálido se asemejaba a una estatua de mármol, y el frío de sus manos le impedía casi mover los dedos. Se había quedado sola. Algunos pensaban que se lo merecía. Otros la habían adorado, pero en aquel momento estaba sola. Unos por miedo, otros por orgullo, se alejaron de ella, y lo cierto, es que sólo él, sabía que iba a morir. Presintió su muerte, pero estaba demasiado lejos. En los labios de ella se leía un nombre. No, Escarlata, idiota, Rafa no va a venir, ni siquiera lo pienses. - Se decía a sí misma. Poco a poco, sus ojos perdían brillo, como una estrella, que comienza titilando, y termina desintegrándose, quedando sólo sus cenizas, que quien la pudo contemplar, observa con tristeza cómo caen al mar. A las tres de la mañana, Escarlata, haciendo un esfuerzo sobrehumano que le podía haber costado la vida, se levantó de la cama. Su imagen, resultaba impactante, en una semana había perdido más de veinte kilos, aunque quien la hubiera amado, seguiría viéndola hermosa con aquel precioso camisón blanco, que parecía bailar con su cuerpo. Le quedaba un poco largo, pero lo llevaba con tal sutileza, que quien la hubiera visto desde otro ángulo, creería que en vez de caminar, levitaba a unos centímetros del suelo. Con la mirada perdida, vacía, como la de quien no sabe qué hacer ni dónde ir antes de morir, buscó en su mesilla de noche la alianza del primer hombre por el que realmente había sentido amor, aún la guardaba, como un secreto que siempre gritaba en su corazón. Rafa, ven. - Murmuraba. Sólo el aire escuchó su voz. Quería apagar las dos velas que iluminaban su habitación y dormirse, pero no tenía fuerzas para apagarlas soplando. Abrió las ventanas, que dos semanas antes, estando ella bien, Carla, la chica de la limpieza había engrasado, y así se apagaron las velas. De repente un viento fortísimo la echó para atrás y con las ventanas abiertas, se echó a llorar en el suelo. El llanto se le entrecortaba por momentos con la tos que le había entrado a causa del frío. Estirando los brazos, tiró de la manta y de la almohada para taparse. No era capaz de levantarse después de la caída, le dolía todo el cuerpo. En aquel momento deseaba morirse, y con ese pensamiento quedó dormida, en el duro suelo, después de derramar tantas lágrimas como pudo y le quedaban.
Al despertar, Escarlata estaba en su cama tapada, la ventana estaba cerrada, y junto a su cabeza había una carta.

Querida Escarlata:

Bien sabes que te habría amado hasta la locura, hasta el fin de los días. Que habría dado la vida por ti, como la doy ahora por Ángela. No debería haber venido, ni debería haberte escrito esto, pero ante todo soy humano. Sabía que estabas mal, a punto de morir, y que no había nadie contigo. Sólo por eso he venido. Pese a saber que esto terminaría de esta manera, no me dejaste otra opción. Pasaron los meses, y sin quererlo, ella me enamoró, y yo me enamoré de ella. Y como bien sabes, mi lema es: Todo o nada. Ella se ganó el todo. Y tú pasaste a ser un presentimiento: trágico, cruel. Pero ¿Qué podía hacer yo?
Ya he de irme, y no sé. Me voy triste, pero a la vez, bien. Mi conciencia está tranquila. En tus últimos momentos de vida, he venido a cuidarte, no fue lo que te prometí, pero tú no me dejaste hacer más, y ella me dio todo lo que tú me arrebataste. Derramé un par de lágrimas al ver que te habías puesto la alianza, sí, pero eso ya no nos sirve de nada. Te he dado un beso en la frente de despedida, como solía hacer, espero no te haya molestado.
Cojo el tren de vuelta a casa a las 7. El primero que va. No quiero estar más tiempo aquí. Fui feliz contigo, ahora lo soy con ella, y es quien merece mi atención, cuidado y amor.

Mientras Escarlata leía la carta, se le aceleraba el pulso, pero ya era tarde. Eran las 9 de la mañana. Quién iba a decir que alguien podía morir de pena. Le estaban fallando varias partes de su cuerpo, menos el corazón, que siempre le funcionó bien, y en el último momento, fue el corazón lo que le falló. Tras terminar de leer la carta, hincó las rodillas en el suelo, se dejó llevar, y poco después, murió, envuelta en lágrimas, ni siquiera luchó. Desde cualquier lugar del mundo, pudo verse una lluvia de estrellas caer, como si llorase el cielo, y allí donde cayeron, la hierba creció más fuerte, más verde, y la Primavera se hizo eterna.
Rafa cerró los ojos. Lo siento, Escarlata, merecías algo mejor, pero no me diste más opcion que desaparecer y vivir mi vida.
 
posted by R.M Gómez | Permalink | 0 comments