supiste esperar el tiempo justo,
con paciencia, con la sonrisa puesta,
no criticaste mi ceguera ni mi idiotez,
sólo estuviste ahí, con tu voz, con tu dulce voz,
adulta y a la vez niña,
paciente y complaciente,
protectora y protegida.
Y así, sin más esperas innecesarias,
sin darle vueltas a todo lo que hacemos,
(que a veces pensar mucho, equivale a sentir poco)
salté a tus brazos, donde me cobijé y te cobijaste,
donde te besé y me besaste,
donde he vuelto a nacer,
donde he visto nacer al sol en tus ojos.
Supiste estar y ser, y ahora con una sonrisa,
puedo decir, quiero decir y gritar,
que soy tuyo.
Porque la miel de tus labios sabe a paz,
la paz que andaba buscando,
porque la miel de tus labios, sabe a verdad,
una verdad tan dulce que jamás probé otra igual,
porque tu pelo, ese que sabe a flores,
ese que sabe a vainilla, a juventud y a eternidad,
ha enredado mis dedos, mis pensamientos,
mi corazón, y ha asesinado a mi soledad.
Y así, cual regalo del cielo,
te acurrucaste y dormiste en mi pecho,
haciendo de una pequeña cama un paraíso.
Y verte dormir, soñar, abrazada a mí,
verte cómoda, sonreír, y al despertar
que me besaran tus besos y se juntaran nuestros cuerpos,
nuestros cuerpos vivos, puros y alegres…
Eso es un sueño…
Eso es el cielo…
Eso es la gloria…
Esa eras tú, ese era yo…
Esos somos nosotros,
y lo que arde, lo que brilla,
en tu mirada, en mi mirada,
es nuestro sol, nuestro propio sol.