- Muchachito, ¿se puede saber qué haces a las 5 de la mañana vagando por el pasillo?
- Nada, no podía dormirme.
- ¿Estás bien?
- Sí, sí, no te preocupes, ya se me pasa.
- ¿Seguro?
- Sí, voy a la cocina un momento a por agua, tengo sed.
- Voy contigo.
- No, no, quédate en tu habitación, no tardo.
Por el camino se encontró con su sombra vestida de negro que le siguió hasta la cocina, allí abrió la nevera para coger agua y sacó un vaso del aparador. Olvídame. Olvídame. Olvídame. Eran las palabras que sonaban en su cabeza y no le dejaban dormir. NO TE QUIERO. NO TE QUIERO. NO TE QUIERO. El vaso se le escapó de las manos cayendo estrepitosamente al suelo.
- ¡¿Qué ha pasado?! - Le gritó su amiga.
Él no podía contestar, no escuchó a su amiga, y aunque la hubiera escuchado, había perdido ya la voz. Machacó los cristales uno por uno, y los metió en otro vaso. Amiga. Amiga. Amiga. Los ángeles cuidarán bien de mí. - Pensó. ¿Existen los ángeles? Vamos a comprobarlo. Sacó del armario de la limpieza una botella de lejía que volcó en el vaso donde había echado los cristales... cuando su amiga llegó a la cocina asustada.
- ¿Qué estás haciendo?
- Quiero saber si existen los ángeles.
- ¿Y qué será de mí si te vas?
Su sombra se fue de la cocina y lo dejó hablar a solas con su amiga, ella era su sentido común, siempre conseguía arreglarlo todo, y calmarlo. Pero esta vez le iba a costar más trabajo, el golpe era demasiado duro, y aunque no se lo dijera, ella sabía que llevaba noches sin poder dormir, que había pensamientos que no le dejaban ni a sol ni a sombra, y le estaban comiendo el espíritu y el alma a dentelladas sin piedad.
- No lo hagas. - Le decía.
- Lo siento, pequeña, no puedo vivir así, mírame.
- Tú me dijiste antes que se pasaría.
Olvídame. Olvídame. Olvídame. Ya no te quiero. Eran las frases que seguían martilleando su cabeza. Echó a su amiga de la cocina y cerró los ojos, poco a poco las frases se fueron disolviendo de su mente, y justo antes de olvidarlas por completo llegó su sombra para hacerle compañía. Cayó al suelo sin hacer ruído apenas. Mientras los cristales y la lejía le trituraban el corazón y el estómago fue capaz de articular dos palabras; La amo, la amo, la amo.Su sombra se vistió de rojo, y la soledad llegó a la habitación para tranquilizar a su amiga, que no dejaba de llorar. Lo mataron los recuerdos y los inevitables pensamientos que por su cabeza y su corazón jugueteaban a todas horas. Esta vez no había solución, su amiga y su sombra lo sabían, y su soledad no quería decir nada, aunque ella era consciente de las interminables horas que había pasado con él calmando su llanto y secando sus lágrimas. No había otro amor, él no quería otro incierto amor, ella era su único amor, y la había perdido para siempre. Su soledad le cerró los ojos y se fue con los demás de la cocina.

No quiero empañar lo que ahora siento con palabras, pero quería darte las gracias por hacerme llorar. A veces se me olvida lo bien que se queda uno.
Besitos caóticos