Hoy miro al cielo y todas las estrellas, aunque aún no salieron, me saben a ti. ¿Cómo te digo…? ¿Qué palabra uso que no se me quede pequeña…? Si en algún momento dudé del Destino no fue más que por tu duda, pero después de ayer… ¿Qué duda cabe? Sólo cabía una a la que dejamos existir: mi mundo de sueños en el que cada vez que te girabas para mirar cuanto es efímero y negarme un beso, a ti misma te decías: si tuviera unos añicos más; y yo sonriente de saber que era eso lo único que te hacia girarte, pensaba: pero no puede negar que soy yo, que es ella, y que somos nosotros. Y no sé ayer qué conspiración hubo entre los Dioses, las estrellas y el listo de Cupido, que una fuerza implacable nos llevó al fin del mundo abrazados y nos trajo sin dejar que nos soltaramos. Lo que puedo asegurar es que llevaban unos días preparándola, los Dioses moviendo los cielos y los mares, las estrellas tratando de pasar desapercibidas, y Cupido tensando el arco para una flecha con la punta dorada y tu nombre y mi nombre grabados en el cuerpo. Después de rebotar en una farola, una taza y un cenicero, vino a darte en el culete, sonreíste, y yo estaba donde tenía que estar: contigo. ¿Y qué voy a decir de las mareas y los terremotos, si no soy geólogo? ¿Qué voy a decir de las estrellas que titilan, suspiran y explotan si no soy astrólogo? Pero puedo empezar unos versos en tu espalda y dejar que firmes con amor en la mía, puedo regalarte un poema, puedo ser esa sonrisa con la que cada mañana quieres despertar. Y ¿por qué no? Puedo darte mis manos para que escribas nuestra canción, y mi pluma, que es mía y que es tuya, para que en el cielo dibujes tu nombre y el mío, sin más testigos que un imponente sol acompañado de un melodioso “sunshine” que se escapa de tu boca de fresa, tu boca loca, tu boca de miel, tu boca que en mi boca, que es tu boca, es mi boca, es el fuego, es un beso, es placer… es una madrugada, y un hermoso amanecer.

El post él y la colgada yo.