09 marzo 2006,12:20
Adiós

Donde mueren los sueños... empieza la realidad, pero ¿dónde nacen los sueños? ¿por qué nacen los sueños y las ilusiones si después no se cumplen? Él intentaba volar, él intentaba alcanzar sus sueños, pero cada vez que lo intentaba, caía al suelo sin remedio. Las lágrimas brotaban de sus ojos como gotas de agua de las nubes. ¿Para qué seguir sin ilusiones ni nada por lo que luchar? La sangre caliente que corría por sus venas se había convertido en el ácido de aquellas palabras que él intentaba combatir con los buenos recuerdos que de ella aún flotaban en el aire, pero el ácido consumió todas sus espadas y amenazaba con atacarle, noche tras noche, sueño tras sueño. Te quiero. Ya no te quiero. Te quiero. Ya no te quiero. Ojalá y todo fuera como antes. – Pensaba. Se encendía un cigarrillo y se llenaba el vaso de ginebra, así pasaban las horas, así conseguía dormir, hasta que una nueva pesadilla le hacia despertar empapado en llantos de sangre y dolor. Ansiaba abrazarla, darle un beso, sentirla entre sus manos, perderse en sus cabellos, sumergirse en su mirada, desaparecer en su cuerpo. Nada de eso podría volver a hacer, y lo sabía, aunque no dejaba de pensar que algún día quizás las cosas cambiarían. Tenía esperanzas, tan pequeñas y frágiles como mariposas sin alas, pero ahí estaban, aguardando al momento, acechando su sombra, persiguiendo su sueño: estar con ella, más allá de la vida, más allá de la muerte, amarla eternamente. No era capaz de comprender la vida sin ella, sin ella a su lado para compartir todo lo poco que le quedaba después de tantas heridas y fracasos. Su corazón se desangraba y su alma iba muriendo al compás de las parsimonias campanadas del reloj, se encendió otro cigarrillo y llenó el vaso de ginebra, quizás pudiera así tocarla, sentirla, beberla. A las 3 de la mañana sonó el teléfono, era ella, quería felicitarle el día de su cumpleaños y no lo había podido llamar antes. Felicidades. Felicidades. Felicidades. Ni una muestra de cariño, nada de amor, como si nada hubiera pasado entre ellos. Por un momento pensó que al despedirse saldría de su dulce voz un te quiero, o un beso, algo que le hiciera revivir, pero sólo lo felicitó, le dijo adiós y colgó. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Pero ya había colgado, y lo que soñó en sus labios sólo estaba en su cabeza y en su boca. De un trago se bebió lo que le quedaba de ginebra y se terminó de fumar el cigarrillo. Sobre la mesa había un revolver que jamás había pensado usar, cogió el teléfono y marcó el número de su amada. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Yo ya no te quiero. Yo ya no te quiero. Yo ya no te quiero. Se acabó. Con el teléfono aún en la mano agarró el arma. Siempre te amaré. Adiós. Al otro lado del teléfono se escuchaba la voz de ella preguntando. ¿A dónde vas? ¿Cómo que adiós? ¡Eh! Pero ya era tarde. Al escuchar el disparo ella se echó a llorar, pero ya era tarde, aunque ella aún sintiera algo por él.

 
posted by R.M Gómez | Permalink |


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