23 diciembre 2009,22:24
Aliento de vida
- Sabes que sólo hay una manera de hacerlo, Rafa.
- Lo sé, dejaré que me guíe el corazón...
- Yo podría hacerlo, no es necesario que te juegues la vida.
- Lo siento, no puedo permitir que lo hagas tú, yo la amo.

Rafa sin pensarlo dos veces, saltó al río. Era muy tarde, apenas podía ver nada, pero estaba decidido. Después de una hora sumergiéndose y saliendo del agua, encontró algo que brillaba. Era la alianza, lo primero que necesitaba para conseguir devolverle la vida a Escarlata.

- ¿Estás seguro de que es lo que quieres?
- Nunca he estado más seguro de nada.
- ¿Eres consciente de lo peligroso que es?
- Lo soy...
- Tu amor por ella es lo más fuerte que he visto nunca.
- ... No sigas...

Allí donde las estrellas cayeron el día en que murió Escarlata, la hierba y las flores habían crecido mucho más fuertes, más brillantes, y aún quedaban restos de aquella lluvia, gotas de rocío que nunca dejarían de brillar. Rafa había soñado con esto y sabía lo que tenía que hacer. La voz de Escarlata ya palpitaba en su cabeza como el tic tac de un reloj. Verle, me habría hecho llorar, pero él buscaba su felicidad y eso me alegraba. En Sevilla, donde él vive, habían caído algunas de esas estrellas, a la orilla del río. Apresurado recorrió toda esa zona, hasta que encontró lo que buscaba. En un bote pequeño, guardo hierba y flores con sus raíces y suspiró. Si quería terminar lo que había empezado, tenía que ir a buscar el cuerpo de Escarlata. No había pasado apenas tiempo desde su muerte, por lo que seguramente estaría bien aún.
Por el camino, escuchaba la voz de Escarlata en su oído. Corre, cariño, corre. - Le decía. Aceleró todo lo que pudo. Estuvo a punto de volcar en una curva, pero ni se inmutó. Ya la veía, como si la tuviera delante, mirándole, con esa mirada tan dulce que siempre tuvo. Delante de la puerta de la casa de Escarlata, frenó de golpe.

- No te detengas ahora, yo sé que has llegado hasta aquí, haz que lo sepa ella.

Con el hombro echó la puerta abajo y corrió como un huracán hasta la habitación de Escarlata. Allí seguía, muerta en el suelo. Rafa no pudo contener las lágrimas, la amaba, aún así, demacrada, sin vida, era algo que nunca pudo evitar. Ninguna otra mujer había podido sacar a Escarlata de su corazón, ningún abrazo le había hecho sentir tanto, ninguna boca le resultó jamás tan dulce como la de ella. Yo no quería mirar, pero sé que besos sus ojos y su frente mientras la sujetaba en brazos. En el corazón le latían otros deseos, pero sabía que no podía hacerlo. Cuando dejó de llorar y le volvieron las fuerzas un poco, llevó a Escarlata al jardín, la tumbó en el césped y se colocó la alianza en el dedo anular de la mano izquierda, donde la llevó todo el tiempo que estuvo con ella. De repente comenzó a llover. Él entró en la casa, dejando a Escarlata bajo la lluvia. En un cazo con muy poca agua, calentó las hierbas y las flores con las gotas de rocío para que la proporción de esas gotas fuera mayor. Una vez preparada la mezcla, la volvió a meter en el bote y salió fuera.
Estaba arrodillado junto al cuerpo de Escarlata. En la mano derecha volcó el agua que resultó de aquella mezcla, y con la izquierda, donde llevaba el anillo, cogió las hierbas y las flores y la puso en el pecho de su amada.
Con todas sus fuerzas, gritó: ¡Te amo, Escarlata!
Y un rayo acudió a su llamada atravesando todo su cuerpo, desde la mano derecha, hasta la izquierda, donde las flores protegían a los dos de la violencia de aquella descarga...

- ¿Escarlata...?
- ... Rafa... ¿Qué...?
- Tranquila, no tienes que decir nada.

Los dos se fundieron en un abrazo, exhaustos, aturdidos, perdidos. Ella sabía que él había estado a punto de morir... Y aquellos ojos, los de Escarlata y los de Rafa, brillaron como nunca jamás brilló siquiera el sol...
 
posted by R.M Gómez | Permalink |


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